viernes, 2 de diciembre de 2011

Elogio de lo sonidos hirientes, que necesitan ser SENTIDOS, nunca ENTENDIDOS

BASTA YA DE PRODUCCIONES TIPO PAT METHENY !!! Fat Possum abrieron un camino maravilloso, pero ahora que se han diversificado tanto, no sé que tipo de Blues están sacando, si es que siguen editando Blues.

Lo que sigue es una especie de ensayo-catarsis que escribí en un par de días, y lo publiqué el 10 de Abril del año pasado en mi otro blog. Supongo que ahora tengo más  -y más recientes- lectores, así que lo vuelvo a publicar. Creo que viene a cuento ahora que estoy (y pienso seguir) con la etapa furiosa de 'Trane.

MUERTE A LOS SONIDOS CRISTALINOS, VIVA LO GRASIENTO Y HERRUMBROSO (lo escribí mientras escuchaba de forma obsesiva el "Live in Seattle")

 Tengo tanto que escribir que tengo miedo no me lleguen las palabras, tal vez aun ni el tiempo. Pero es lo mismo, no tengo en realidad prisa, pues he decidido empezar a escribir y no parar jamás, hoy, un día de Abril del año dosmil y pico, de esta era que decimos cristiana, empezando un nuevo milenio que no veo esperanzado sino desorientado. Tal vez por eso escucho a Charlie Parker, que ya en los años 40 del pasado siglo sentía esa desesperanza -odio y rabia, miedo y frustración-, y sin embargo era capaz de destilarla en una de las más bellas músicas que se puedan escuchar. Oír sus discos es casi como hablar con él, sentir su aliento, tenerlo cerca soplando al oído; maravillas de la tecnología que no siempre es aborrecible, una paradoja en un mundo que es un bosque de ellas.


Una excusa como otra cualquiera para empezar a escribir, para vaciar mi alma de pesos que ni siquiera conozco pero espero vayan saliendo aquí, ante esta pantalla que tal vez me haga vencer el miedo al papel en blanco. Estar tecleando aquí es casi como no sentir el peso de buscar las palabras, me resulta difícil entender porqué estos dados apiñados no me dan miedo y sí me lo producía la pluma; quizás 18 años de trabajo con estos engendros me hayan dado más familiaridad con ellos que con la tradición, como en este momento escucho a Bird a través de un láser frío en lugar de sobre un vinilo al que adoro. En cualquier caso, bendito sea este inhumano progreso material si al fin ha conseguido que mi bloqueo de años se resquebraje y deje asomar una puntita de la creatividad que creía perdida, como la pata del lobo bajo la puerta de las cabritillas.


Ella me viene ahora a la cabeza y recuerdo nuestra conversación de ayer mismo. Ella, Tú, amiga mía, desde hace poco conocida y desde ese mismo instante querida, tal vez más de lo prudente pero tanto como lo merecido. Aunque solo fuera por la energía que me has dado, por compartir tu entusiasmo y hacerme ver la verdad que conocía pero ocultaba: no importa la técnica, importa el sentimiento y las ganas de comunicar. Sólo por eso, y aunque nunca nuestra relación dé ese paso hacia lo desconocido que a mí me gustaría, sólo por eso mereces mi cariño y mi gratitud. Espero que sigamos teniendo ocasión de compartir y charlar, y de que algún día mis escritos los conozcas y los disfrutes.


Y yo me había propuesto escribir sobre música, y en este momento me viene a la cabeza una frase de no recuerdo quién, pero, estoy seguro, alguien que sabía lo que decía: "Es muy difícil escribir sobre música, no porque la música sea vaga, sino porque es más precisa que las palabras". La música se nos escapa por la incapacidad del lenguaje para atraparla, bendita libertad. Y de entre todas las músicas, el Jazz es la más indefinible, la que más se resiste a ser encerrada entre las cuatro paredes de un folio -aunque sea virtual- , por eso la amamos y por eso nos hace sufrir, como una mujer cuya libertad al mismo tiempo deseamos y queremos coartar.


Tal vez por eso el Jazz no sea la música de hoy, tal vez esa sea la razón de su retirada a las catacumbas: como el anarquismo, como los juegos infantiles, como todo lo libre. Que casualidad que las gentes se fueran apartando del Jazz a partir de los años 50, justo cuando la sociedad de consumo acabó de incubarse y empezó a crecer y extenderse como un mal oscuro -como un "alien"-, que creyendo nos hacía más libres ha acabado por encerrarnos en una cárcel construida de egoísmo; una cárcel que ni siquiera hemos tenido tiempo de ver edificar a nuestro alrededor, y de repente ya estábamos atrapados dentro para siempre.


Pero no quiero ser en exceso pesimista: esto es ante todo una explosión de furia por la libertad perdida, pero también un baile de alegría por reencontrarla siquiera fugazmente reflejada en una pantalla de 19 pulgadas o en un contrabajo echando fuego. El Jazz es la forma más alegre y bella de expresar el dolor la tristeza y la melancolía, y también el amor y la dicha, tal vez por ser la música ese arte no visual que nos permite desplegar totalmente la imaginación. El resto de expresiones, de fuentes de salida del interior del ser humano, nos exigen la vista concentrada sobre ellas, ya sea sobre la acción, sobre la escritura, o sobre el espacio, y al animal visual que somos le queda poco espacio para volar libre hacia donde ese arte nos querría llevar. Sólo tal vez después, al asimilarlo, podemos hacerlo, podemos llegar a donde el artista intentaba transportarnos; mientras, la música nos eleva en el momento, es la droga más fuerte y rápida que existe, un solo de John Coltrane es más fuerte que unos gramos de coca, tal vez por eso hoy en día no se aprecie, ahora que hasta las drogas son Light y se venden en las farmacias con receta médica.


¿Cuál es la música de hoy?. No me atrevo ni a pensarlo, pues mirarse al espejo siempre produce vértigo. Y tampoco deseo parecer un viejo que juzga lo que escuchan los adolescentes como simple ruido. Ese es el problema, que no es ruido, y pienso que necesitamos ruido, mucho y muy intenso, ruido de todas las formas y colores, ruido que haga estallar la campana de cristal que nos rodea en mil trocitos imposibles de componer. Necesitamos que al estar sentados en una cafetería, envueltos en un hilo musical, el café de la taza no bostece sino que hierva; que las ondas de sonido alrededor sean excitantes y poderosas, nos despierten.


Esa amalgama de sonidos amables y perfectos de la música que se compra y se vende no es más que una estúpida pantalla para ocultar el vacío que existe detrás. No son más que pequeñas dosis de soma para una sociedad adormecida y que aún pide más somníferos para poder dormir, que no le llega con la venda y quiere el antifaz. La perfección no existe, pero nos la venden como si fuera real. Es música fácil para un mundo difícil, esa es la paradoja, lo que hace chirriar mis engranajes y dobla los alambres de mi corazón.


No es este un momento para andarnos con tonterías, no es tiempo de felicitarnos por lo maravillosos que somos sino de bucear en lo más profundo y extraer el dolor, golpear allí donde creemos que todo está bien hasta que la capa de polvo de sueño desparezca y nos muestre la cara oculta, oscura y desagradable. Siempre hay un fondo más allá del fondo y allí debemos llegar, hasta extraer la última gota de locura de esta aparente cordura, hasta restablecer ese orden primigenio que ya ni nos atrevemos a mirar.


Pero no podemos hacerlo mientras sigamos con los buenos modales, con la música repintada y adormecida. Necesitamos una música que haga llorar los oídos y desgarrarse las neuronas, que nos haga sentir libres otra vez y despierte el sentido de la realidad del ser humano. Tienen que sonar los tambores de guerra, las guitarras aceradas, saltarnos los tonos establecidos, disonar los acordes, gritar como los animales a borde de muerte que somos para catalizar una revuelta de la especie, y volver a empezar desde el último cruce de caminos, donde perdimos el norte.


Nos hace falta más Jazz, más Free-Jazz, más músicos negros tocando acordes imposibles y haciendo sangrar sus labios y las uñas de sus dedos, y también mas Rock sucio, puro y desagradable, más Blues del delta sonando sobre chasquidos de aguja y vinilo. Somos negros, negros en la Norteamérica de mediados del siglo pasado, y estamos a punto de explotar; que tu voz lo demuestre bien alto. Sufre, grita, llora, balancéate de dolor, baila con la muerte y así podrás llevarla hasta el borde del precipicio y empujarla para siempre jamás. Pero mantén siempre la sonrisa en los labios, la mirada al frente y el orgullo de ser quien eres.


No, no todo está tan mal, relajémonos un poco, sólo es necesario que las ondas de sonido vuelvan a su cauce, que vuelvan a ser una expresión de humanidad y no de cuentas corrientes. Cuando sentado en esa cafetería de antes veía la música moverse a mi alrededor en ondas suaves y amarillo pastel, echaba de menos picos y caídas, no ondas sino líneas quebradas, no amarillo sino rojo sangre. Pero eso puede volver porque aún no se ha ido, y siempre habrá quien la mantenga viva y desgañitándose.


Una vez alguien me dijo, en ese instante en que los pitillos se acaban y la conversación está a punto de morir, que es fácil distinguir cuando una canción está echa desde las vísceras o desde la cabeza. La conversación no murió, los pitillos volvieron a encenderse y yo asentí. Pero, si es tan fácil: ¿porqué lo que hoy en día padecemos desde los medios de manipulación o en los bares es tan cerebral, porque parece, ya no hecho con la cabeza, sino directamente con la tarjeta Visa conectada a un chip del cerebro?. ¿Dónde está los aullidos del lobo y el rodar del alud ?. ¿Se ha perdido la esencia o sólo está escondida y agazapada, lista para saltar a morder?.


No se ha perdido, no lo quiero creer, pero nos la ocultan tras una suave manta de dóciles teclados y baterías programadas, de guitarras cristalinas y susurros demasiado limpios para un oído salvaje y por ello sensible; un oído que anhela más, que busca y necesita la plenitud.


La libertad, creo que esa es la palabra que estoy buscando, la libertad de poder crear la música, o la literatura, o la danza o la escultura que nos pida el cuerpo, sin necesidad de preocuparnos en cómo venderla, en si alguien la comprenderá o no. Alguien la comprenderá siempre, porque siempre hay un ser humano, al menos uno, que entiende a otro casi a la perfección. Y aunque no lo entienda, le gusta lo que hace sin preocuparse de si está o no de moda, de si aparece en un anuncio de televisión o en el último tugurio abierto en la noche de una ciudad perdida. Esa libertad que los medios nos roban, de la que las grandes producciones y el flujo de dinero -el arte prostituido- nos despojan día a día, es la que tenemos que recuperar con nuestros gritos. Si la sociedad reclama músicas sumisas, démosle rugidos infernales, voracidad que engendra voracidad, energía contra sometimiento, pasión frente a frío cálculo; hagamos que esa misma sociedad reclame más ruido dentro de un tiempo, cuando vea que la verdad y belleza se ocultan tras él, y que queme todos los discos amables de este mundo. Ese estallido libre, esa creación desbocada de ecos profundos, puede ser la puerta hacia un nuevo sentir, hacia otro mundo nacido de las cenizas que la música libre deje en pie. Soñar no cuesta tanto.

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